La Maison d’Aïna, Madagascar

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Tras dos horas de viaje a través de tortuosas carreteras que, según los estándares occidentales, no podrían considerarse pavimentadas, la camioneta tomó un sucio camino sembrado de baches y zanjas que ascendía hasta la cima de la montaña. Alex Châteaux, fundador y presidente de La Maison d’Aïna (LMA), y también conductor de la camioneta, saludó a dos hombres que se afanaban en rellenar algunos de los baches. Se trataba de padres de algunos de los niños de LMA que percibían un salario de la organización, a pesar de que todo su duro trabajo habrá sido en vano cuando llegue la temporada de lluvias. Oilizo, la sonriente coordinadora malgache de LMA, llamó brevemente para decirle a Alex que todo estaba listo. No entendí muy bien a qué se refería hasta que llegamos a la zona del colegio.

Cientos de niños vestidos con uniformes raídos pero limpios, se situaron en fila a lo largo de la carretera, sonriéndonos y saludándonos con la mano. Bueno, esas sonrisas y saludos iban dirigidos a mí, la invitada. Se les veía tan felices, tan increíblemente despreocupados. Devolví el saludo a todos los que pude, haciendo lo posible por saludar con la mano a todos los niños a ambos lados de la carretera sin bloquear la vista de Alex del parabrisas. En su rostro también se dibujaba una sonrisa, una sonrisa cómplice. La gente de Madagascar organiza esta bienvenida, de las más cálidas que existen, a todos los invitados, quienes se sienten, al mismo tiempo, impresionados y humildes, así como parte de una nueva y maravillosa familia: estas bienvenidas son su especialidad.

Pero esto ocurrió antes de que nos bajáramos de la camioneta. En cuanto mis pies tocaron el suelo, todos los alumnos se colocaron apresuradamente en fila india, organizados por clase, para la representación de la tarde en la que bailaron y cantaron (unas veces en francés y otras en malgache), siempre con una sonrisa en los labios. No es fácil describir la auténtica alegría de una canción que los niños han cantado mil veces pero que, aun así, adoran cantar. No se les exige nada para cantar para los invitados (aunque algunos sí que tenían un poco de pánico escénico). Simplemente, les encanta hacerlo.

Por último, me enseñaron las instalaciones: un conjunto de edificios de ladrillo y de barro erigidos en la cima de una montaña. Ya había visto el patio, que contaba con un espacio abierto para correr (o bailar) y con un parque infantil totalmente equipado en el otro extremo, además de un tren de piedra para niños con un tobogán. El edificio de aulas principal se construyó firmemente en torno a los orígenes de la organización: un par de contenedores de carga. El edificio más grande que se encuentra al otro lado del camino alberga más aulas, una colorida y acogedora biblioteca, una pequeña oficina y la primera parte del taller mecánico, cuya expansión está programada. En la parte de atrás, se halla una cocina de baja altura y el comedor con mesas de futbolín en desuso colocadas torpemente contra las paredes.

Intenté recordar los nombres de todos, pero era un esfuerzo que estaba condenado al fracaso desde el principio: allí estaban los profesores para los ciento y muchos alumnos, pero también todos los padres que ayudan en LMA. Algunos padres trabajan a tiempo completo como cocineros o vigilantes y el resto echa una mano, como mínimo, media hora a la semana por cada hijo matriculado. Esto les permite ganarse la vida o, por lo menos, llegar a fin de mes.

Los niños y familias acogidos en el seno de la familia de LMA son algunos de los más pobres en uno de los países más pobres del planeta. Todo lo que pensamos en Occidente acerca de casas de barro, de caminatas de casi tres kilómetros para recoger agua de un arroyo y de familias que viven con menos de un dólar al día, es cierto. Todo eso es una verdad estremecedora y muy difícil de asumir mentalmente. Sin embargo, es por este motivo por el que organizaciones como La Maison d’Aïna existen y hacen un trabajo tremendamente bueno.

La Maison d’Aïna se fundó hace más de una década con el objetivo de educar a los niños pobres y, en ocasiones, huérfanos que viven en el campo en torno a Ambatolampy, una ciudad al sur de la capital, Antananarivo. La genialidad de Alex Châteaux y de su esposa, Hanta, reside en la rapidez con la que se dieron cuenta y con la que, posteriormente, actuaron con respecto al hecho de que había que cubrir otras necesidades básicas para que la educación fuera efectiva o incluso posible. Los niños no pueden aprender si tienen hambre, por ello LMA reparte cada día a cada alumno, profesor y padre o madre que trabaja en la organización una comida caliente y un tentempié. Los niños tampoco pueden aprender si tienen frío, por eso LMA les suministra ropa a todos ellos, independientemente de si están o no apadrinados: desde zapatos hasta abrigos o ropa interior. Los niños no pueden aprender si están enfermos, de ahí que LMA se asegure de que todos ellos reciben la atención médica que necesitan para estar sanos gracias a la enfermera de la ciudad vecina.

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Y, lo más importante, los niños no permanecerán en la escuela, ni se comprometerán con casi nada si no se sienten queridos, apreciados y especiales, por ello Alex y el equipo de LMA se aseguran de que todos reciben muestras de afecto de diferentes formas. Los alumnos pueden hacer excursiones especiales al mercado y organizar fiestas de pijamas en la escuela según un horario rotativo. Les abrazan mucho y les dicen que se les quiere, algo que es particularmente importante para aquellos pequeños cuyos padres están ausentes o han fallecido. Por último, todos los menores reciben un seguimiento y apoyo hasta que se les puede considerar autónomos. No solo durante el instituto ni durante la universidad o la formación profesional, sino hasta que son capaces de valerse por sí mismos. Este proceso empieza desde el principio cuando los padres reciben una formación sobre planificación familiar, cuando a los niños se les enseña a mantener una higiene adecuada y se realizan visitas a las familias para comprobar que siguen las (a veces) nuevas normas; para la mayoría, este proceso empieza cuando LMA les ayuda mediante la inserción laboral o la formación superior. Es un sistema maravilloso.

Obviamente, nada es perfecto y La Maison d’Aïna tiene sus historias de casos que no han funcionado. Pero ningún fracaso dura para siempre. Una de las primeras chicas que fue admitida como alumna soñaba desde el principio con ser peluquera, una profesión que garantiza un trabajo estable en Madagascar. Por desgracia, dejó la escuela y sus posibilidades de alcanzar algo mejor cuando se quedó embarazada a los 16 años (la misma edad con la que su propia madre la tuvo). No obstante, sus años de formación en LMA acabaron por tener una influencia duradera en ella y volvió a la organización unos años después pidiendo terminar sus estudios de secundaria. Actualmente, trabaja en la cocina de LMA mientras intenta encontrar tiempo suficiente para asistir a la escuela de estética. Incluso el día de hoy, la niña que se ha convertido en mujer encuentra ayuda a través de LMA.

Durante mi visita de dos días a La Maison d’Aïna, pude observar a los más jóvenes aprender y crecer. Vi a niños y adultos vivir en condiciones deplorables que, sin embargo, hacían todo lo que estaba en su mano para, por lo menos, mantener sus casas limpias. Salté a la comba con chicas jóvenes que no entendían nada de lo que decía y hablé en inglés con profesores sobre cómo es la vida en Estados Unidos. Comí en su mesa y dormí en sus hogares. Aprendí todo lo que pude sobre cómo funciona LMA y aprendí más de lo que esperaba sobre la increíble gente de Madagascar.

Madagascar es uno de los países más bellos del mundo y esa belleza emana directamente de la amabilidad de sus habitantes. La Maison d’Aïna es una organización maravillosa que realiza un trabajo excelente en un lugar increíble. Todas estas palabras se quedan cortas en comparación.

 

Allison M. Charette es una traductora literaria de francés a inglés procedente de Estados Unidos. En agosto de 2014, viajó a Madagascar para ayudar a Humanium a ponerse en contacto con ONG malgaches, así como para conocer a escritores del país y así empezar el proceso para traducir sus obras a inglés. Actualmente, Allison y su marido tienen apadrinado a un niño a través de La Maison d’Aïna. Para más información, visite la página web http://www.lamaisondaina.org/en/.

Escrito por: Allison Charette

Traducido por: Elena Parral Rodríguez

Revisado por : Gimena Loza