Desde la década de 1990, Guatemala, Honduras y El Salvador, comúnmente llamados Triángulo del Norte por sus registros de criminalidad, son presas de la violencia de las maras, bandas criminales que se caracterizan por la violencia extrema. Además de sembrar el terror en diferentes ciudades centroamericanas, son responsables del reclutamiento de niños y adolescentes, y de llevarlos al crimen organizado.
Una plaga multifacética
El fenómeno de las maras surgió en los EE.UU. en la década de 1970. Muchos refugiados centroamericanos en California, debido a los conflictos que reprimían a Guatemala, Honduras y El Salvador luchaban para integrarse y eran víctimas de pandillas. Obedeciendo a su instinto de supervivencia y decididos a defenderse, imitaron su funcionamiento y formaron a su vez pandillas que llamaron « maras ». Sus miembros son llamados mareros. Al final de los conflictos, en la década de 1990, los jóvenes centroamericanos que tenían antecedentes penales fueron deportados de los Estados Unidos. Frente a las duras realidades en el terreno (diferencias culturales, pobreza, desempleo, debilidad de las instituciones y falta de dispositivos de seguridad), reconstituyeron las mismas bandas en sus países.
El triángulo del Norte o el paroxismo del crimen y la violencia
En Centroamérica, las maras constituyen una verdadera red criminal. La lista de crímenes es larga, pero las maras viven principalmente de la extorsión, el robo, el secuestro y la prostitución. Además, estas pandillas están armadas, son extremadamente violentas, y no dudan en apretar el gatillo. Es por eso que el Triángulo del Norte registra delitos con 15.802 homicidios en 2014. A esto se suma la ineficacia de las políticas para frenar este fenómeno, y policías corruptos. Todos estos factores contribuyen a la extensión de las maras, que siguen sin fe ni ley haciendo reinar el terror en América Central.
Una juventud atrapada
La juventud centroamericana es la más afectada por este fenómeno debido a que los mareros son reclutados cuando todavía son solamente niños. La pobreza endémica a la que se enfrentan estos países de Centroamérica conduce a menudo a la ruptura de las familias: ya sea que los niños han sido abandonados por uno de sus padres, o sea que este último esté en prisión.
En consecuencia, estos niños a su vez se unen a las maras que aparecen para ellos como una familia, que les dan una identidad (con códigos de vestimenta y tatuajes), reconocimiento dentro de la pandilla, y dinero fácil. Pero, en la mayoría de los casos no tienen más remedio que integrar una mara, pues su vida o la de su familia están amenazadas.
Uniéndose a una mara entre los 6 y los 14 años, los niños quedan encerrados en el sistema y no tienen salida.
Primero, informantes o mensajeros, llevan a cabo desde los 9 años un rito de iniciación para convertirse en mareros con todas las de la ley: esto va desde empezar a fumar, hasta tener que matar a una persona promedio en la calle, o violación, cuando el novato es una niña. Por otra parte, se convierten en padres muy jóvenes que crían a sus hijos en el seno de la mara, para que estos se conviertan en mareros a su vez. Por último, la mayoría de los mareros mueren antes de los 30 años, víctimas de una mara enemiga o asesinados por los suyos por querer dejar ese estilo de vida.
Escrito por: Laetitia Amany Traducido por: Julio Ramírez Revisado por: María Paba |