Crónica de Palestina #1: Crecer en el conflicto

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Por primera vez, Humanium presenta una serie de crónicas que nos llevan al corazón de Palestina a través de cuatro temas, cuatro cuadros, que nos proponen una visión diferente de esta región tan espléndida como conmovedora.

¿Pero qué diablos ibas a hacer tú en ese berenjenal?, me pregunta mi interlocutor a mi regreso de Cisjordania, haciendo alusión al conflicto entre Israel y Palestina. He pasado tres meses en Hebrón para estudiar los filtros para el agua potable que suministra una ONG italiana a las comunidades rurales palestinas con el fin de mejorar sus condiciones de vida.

Esta era la misión sobre el papel, pero ¿qué iba a hacer allí? ¿Solo lo sabía yo? Lo que estaba claro era que había descubierto mucho más que filtros para el agua.

Una de las calles condenadas en la antigua ciudad de Hebrón.

El conflicto palestino-israelí, del que todo el mundo ha oído hablar y ha comentado. Sin embargo, a pesar de los numerosos artículos que han abordado el tema y las hordas de peregrinos y turistas que han recorrido las rutas de la Tierra Santa, son pocos los que realmente han frecuentado la realidad diaria de las familias palestinas.

He descubierto un país que no es solamente un país, una Tierra Santa que no lo es tanto como da a entender su nombre. He visto una tierra de belleza desbordante, rica en culturas, laminada por el dolor y la separación. Lo peor no lo encontramos en los muros de hormigón armado que inundan el paisaje, sino en los muros que esconden los corazones.

A mi pesar me he visto de lleno en un conflicto que jamás tendrá ni vencedores ni vencidos. De un bando y de otro me he topado tanto con lo mejor como con lo peor, con personas llenas de luz y con almas beligerantes. A ambos lados no deja de haber más que víctimas. Sin embargo, uno de los antagonistas lleva las riendas, pero está condenado a no soltarlas por miedo al levantamiento del otro. Mientras unos viven en el miedo, otros lo hacen en la indignación y la cólera. Y en ambos surge un tercer grupo, los que permanecen en la resignación.

Una familia palestina que se prepara para cruzar el puesto de control de Qalandia volviendo de compras.

Ya sea como israelí o como palestino… ¿cómo pueden los niños crecer en semejante contexto? No importa cuál sea su origen, los niños no pueden elegir donde nacen, y aún menos pueden elegir el bando del conflicto. Si nace judío israelí, crecerá con los miedos de sus mayores, con la herencia del judaísmo y las historias de la diáspora, los pogromos, las exterminaciones de la Segunda Guerra Mundial.

Le dirán que esta es su casa, la tierra de sus antepasados, Eretz Israel, donde todo judío es bienvenido. Le harán entender también que vivir aquí tiene un precio, que muchos antes murieron por esta tierra, y que otros querrán apoderarse de ella. ¿Quizá sienta miedo?

Lo que es evidente es que rápido entenderá, ya sea niño o niña, que debe cumplir de dos a tres años de servicio militar, salvo alguna rara excepción, y que se encontrará en un paso fronterizo o tendrá que hacer frente a personas que le lanzarán piedras o que irán armados con cuchillos.

Probablemente este niño hubiera preferido crecer en paz y jugar a salvo con el vecino. Sin embargo, a los veinte años, se verá allí, vistiendo uniforme militar y metralleta en mano.

Cuatro jóvenes se encuentran en la antigua ciudad de Hebrón.

Al otro lado del espejo, un joven palestino probablemente haya crecido escuchando las historias de su abuelo sobre cómo era la vida antes, con los rebaños en unas colinas sin muros de hormigón o de acero. Este anciano también le habrá hablado de la Nakba, la «catástrofe» durante la cual su familia fue expulsada de su hogar y la casa fue destruida. Puede que de un viejo cajón saque la llave oxidada que abría el hogar de su infancia.

Este niño, nacido en Cisjordania, probablemente jamás conozca Jerusalén, también santa para él, pero habrá visto el muro de separación, las torres de vigilancia y a los soldados israelíes al borde de la carretera. Si ha crecido en la antigua ciudad de Hebrón, habrá conocido las calles condenadas a losas de hormigón, largas colas de espera en los pasos fronterizos al volver de comprar, a veces al estallido de disparos para dispersar revueltas.

Quizá un día forme parte de las mismas, lanzando piedras y a cambio recibiendo pelotas de goma. Estas, aun sin ser letales, pueden igualmente rasgar la piel y romper huesos. Probablemente haya llorado la muerte de una persona cercana, de un amigo, de un padre, de un hermano, de una tía, provocada por los fusiles israelíes como respuesta a una agresión o simplemente por el exceso de celo de estos soldados que buscan el quid pro quo, como un coche que va haciendo eses por la carretera.

La prioridad de la seguridad puede justificar bastantes cosas… En este ambiente de violencia, ¿en qué piensa el visitante cuando en el zoco ve fusiles de plástico que los padres compran a sus hijos?

Muro de separación en forma de zig zag a lo largo del paisaje.

Hay muertes y baños de sangre, actos de valor y manos tendidas a ambos lados. Hay miedo al odio y miedo al amor y a la paz a ambos lados del conflicto. ¿Pero acaso no se define la Tierra Santa por su conflicto?

Escito por Alexis Baron

Traducido por Nieves Carazo