El experimento de Dinamarca con niños inuit: una dolorosa historia de asimilación forzada

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En Dinamarca y en Groenlandia, el legado del colonialismo continúa fracturando a las comunidades inuit, manifestándose de forma más evidente en el trato hacia los niños indígenas. Pese a las disculpas oficiales y los recientes cambios en las políticas, los prejuicios profundamente arraigados siguen generando un trato desigual y daños psicológicos persistentes. La lucha por la justicia y la preservación cultural está lejos de haber terminado.

Antecedentes y motivación

La relación entre Dinamarca y Groenlandia se basa en una larga historia de control colonial, dominio cultural e intentos de asimilación forzada. Si bien el dominio colonial concluyó, formalmente, en 1953, Dinamarca continuó ejerciendo una influencia significativa sobre las estructuras políticas y sociales groenlandesas. De hecho, las políticas impulsadas por intereses económicos e ideologías paternalistas siguieron moldeando la sociedad groenlandesa hasta mediados del siglo XX, y sus consecuencias aún perduran. (Thorbjornsen et al., 2025).

El gobierno danés priorizó el idioma, los valores y las instituciones danesas, y marginó las tradiciones inuit. Una de las expresiones más flagrantes de esta política fue la separación forzada de niños inuit de sus familias con el pretexto de ofrecerles una «vida mejor», especialmente en el tristemente célebre experimento de los «pequeños daneses» de 1951.

Estas acciones reflejaban una mentalidad colonial que despreciaba la identidad indígena y promovía la asimilación cultural, sentando las bases para futuras políticas de asimilación estatales que infligieron daños profundos y duraderos a las comunidades groenlandesas (Thorbjornsen et al., 2025).

El experimento de 1951: «Los pequeños daneses»

En 1951, el gobierno danés llevó a cabo un controvertido experimento social en el que 22 niños inuit fueron separados de sus familias en Groenlandia. El objetivo era asimilarlos a la cultura danesa, cortar sus vínculos con sus raíces indígenas e intentar remodelar sus identidades para integrarlos en una sociedad dominada por Dinamarca. En aquel entonces, Groenlandia era una colonia danesa afectada por una profunda pobreza y con altas tasas de mortalidad infantil (John, 2022).

Los niños, de entre 5 y 9 años, fueron enviados a vivir con familias de acogida danesas, donde se les prohibió hablar groenlandés y se les enseñó a adoptar sistemáticamente el idioma, las costumbres y los valores daneses. La intención era moldearlos como una generación «puente» que facilitara la continuidad del dominio danés sobre las estructuras políticas y sociales de Groenlandia (John, 2022).

Muchos de los niños nunca volvieron a reunirse plenamente con sus familias y sufrieron traumas psicológicos duraderos. Helene Thiesen, educadora y escritora groenlandesa, tenía solo siete años cuando, en 1951,  fue separada de su madre viuda. Más adelante se convirtió en una de las voces más firmes en denunciar el experimento. Tras ser enviada a Dinamarca y perder su lengua materna, pasó siete años en un orfanato en Nuuk. Al recordar su regreso a Groenlandia, relató:

«Lloré todo el camino al orfanato; tenía tantas ganas de ver mi ciudad, pero no podía verla entre mis lágrimas»

— Helene Thiesen, defensora de los derechos de la infancia inuit

Thiesen no supo hasta décadas después que había sido parte de un experimento social patrocinado por el Estado danés. Esta revelación afectó profundamente su sentido de identidad y la motivó a recuperar su herencia cultural groenlandesa Despojados de su idioma, cultura y lazos familiares, otros sobrevivientes como Kristine Heinesen también denunciaron al Estado danés por violaciones de derechos humanos (John, 2022).

Discriminación persistente hacia familias inuit

Si bien el experimento de los «pequeños daneses» es el episodio más conocido, este fue solo una parte de un patrón más amplio y continuo de asimilación cultural y discriminación sistémica. A lo largo de la historia, las autoridades danesas han aplicado políticas que desvinculan a las familias inuit de sus raíces.

«A pesar del reconocimiento oficial, la cultura y el idioma inuit siguen siendo sistemáticamente marginados hasta el día de hoy».

— Caterina Diotto, filósofa e investigadora postdoctoral en la Universidad de Trieste

Un caso reciente y muy mediático refleja cómo esta mentalidad colonial persiste. En 2024, Keira Alexandra Kronvold, una madre groenlandesa, fue separada de su bebé recién nacido por los servicios sociales daneses tras reprobar una prueba de competencias parentales considerada culturalmente sesgada. Estas Pruebas de Competencia Parental (FKU por sus siglas en danés), utilizadas en Dinamarca para evaluar las habilidades parentales, han sido objeto de intensas críticas.

«Estas pruebas no son adecuadas porque no están adaptadas al grupo evaluado… Los padres groenlandeses corren el riesgo de obtener puntuaciones bajas, lo que llevaría a concluir, por ejemplo, que tienen capacidades cognitivas reducidas, sin que exista evidencia que lo respalde».

— Instituto Danés de Derechos Humanos, 2022

Como resultado, los niños groenlandeses están sobrerrepresentados en el sistema de acogida danés: el 7% de los nacidos en Groenlandia y el 5% de aquellos con al menos un progenitor groenlandés son colocados en hogares de acogida, frente al 1% de otros niños (Diotto, 2025).

Según el Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (IWGIA), estas evaluaciones, utilizadas para justificar las separaciones, reflejan una «perspectiva eurocéntrica de la crianza» y no reconocen «los enfoques colectivos y comunitarios que son fundamentales en la cultura inuit» (Diotto, 2025).

Más allá del legado directo de los experimentos y políticas pasados, la experiencia actual de los inuit groenlandeses en Dinamarca demuestra cómo las actitudes coloniales siguen moldeando vidas hoy en día, especialmente mediante la pérdida cultural, la desaparición del idioma y la exclusión sistémica.

La vida en Dinamarca: el borrado de la identidad cultural y la crisis de identidad

Pese a tener formalmente la ciudadanía danesa, los inuit enfrentan con frecuencia discriminación institucional y prejuicios generalizados que dificultan su integración y el acceso a servicios básicos. En su informe de 2023, el Relator Especial sobre los derechos de los Pueblos Indígenas, José Francisco Calí Tzay, señaló que los inuit que viven en Dinamarca se sienten a menudo como «fantasmas invisibles», sin representación adecuada ni reconocimiento de sus identidades culturales (Calí Tzay, 2023).

Por ejemplo, el desplazamiento cultural afecta los logros educativos de la juventud inuit. Las escuelas danesas ofrecen escaso apoyo al idioma o las prácticas culturales groenlandesas, lo que se traduce en menor rendimiento académico y altas tasas de abandono escolar entre los estudiantes de esta comunidad. Un estudio de 2019 reveló que los estudiantes inuit abandonan la escuela casi al doble de la tasa que sus pares daneses, principalmente debido al aislamiento cultural, las barreras lingüísticas y un currículo que ignora o tergiversa la historia y las tradiciones groenlandesas (Calí Tzay, 2023).

El tema de las personas sin hogar subraya aún más la gravedad de esta marginación cultural. Los inuit groenlandeses están desproporcionadamente representados entre la población sin hogar de Dinamarca: aunque constituyen menos del 1% de la población, representan aproximadamente el 9% de quienes se encuentran en albergues para personas sin vivienda (Calí Tzay, 2023). Esta situación refleja desigualdades estructurales más amplias, como la discriminación laboral, la falta de servicios adecuados de salud mental y la estigmatización social.

Consecuencias duraderas: traumas psicológicos y exclusión social

Las políticas de asimilación promovidas por Dinamarca han marcado profundamente el bienestar psicológico y social de los inuit groenlandeses, dejando cicatrices que persisten por generaciones. Los sobrevivientes de estos experimentos sufren con frecuencia graves traumas psicológicos, pérdida de identidad y dificultades para establecer relaciones familiares. Muchos de estos niños, desarraigados a la fuerza de sus familias y contextos culturales, acabaron profundamente «perdidos, recurriendo al alcohol o mendigando en las heladas calles de Nuuk» (Jiménez Barca, 2025).

Estas prácticas de asimilación no se limitaron a la infancia. Las mujeres inuit también fueron objeto de políticas invasivas destinadas a controlar su autonomía reproductiva, en particular mediante la inserción forzosa de dispositivos intrauterinos (DIU) durante las décadas de 1960 y 1970. Esta campaña, conocida como la «Campaña del espiral», afectó a miles de mujeres y niñas —algunas de apenas 12 años— muchas veces sin su conocimiento o consentimiento (UNRIC, 2024).

«Nuestro útero, que es nuestro órgano más sagrado, debería ser intocable. Es un derecho humano poder decidir si queremos tener hijos y formar una familia. Ningún gobierno debería tomar esa decisión por nosotras».

— Naja Lyberth, activista por los derechos de las mujeres inuit y víctima del caso de los DIU

Esta campaña de esterilización forzada dejó profundas heridas psicológicas y emocionales. Muchas de sus víctimas vivieron con la sensación de haber sido violadas y desarrollaron una profunda desconfianza hacia las autoridades danesas. Algunas sufrieron durante años por una infertilidad inexplicable, lo que agravó el sufrimiento personal y reforzó el trauma colectivo de las comunidades groenlandesas (Jiménez Barca, 2025).

El carácter intergeneracional de este trauma agrava aún más los desafíos sociales. Las familias fracturadas por las políticas de asimilación pasadas luchan por reconstruir lazos culturales y comunitarios, perpetuando así ciclos de desventaja. Sin un apoyo psicológico y social adecuado y culturalmente pertinente, las comunidades inuit siguen siendo vulnerables, lo que subraya la urgente responsabilidad de Dinamarca de afrontar estas injusticias históricas y sus efectos con sensibilidad y empatía.

Desafíos legales y exigencias de justicia

Décadas después de que los experimentos de asimilación forzosa de Dinamarca infligieran daños psicológicos duraderos a los inuit groenlandeses, un grupo de sobrevivientes inició un proceso judicial histórico por violaciones graves a sus derechos humanos. Mads Pramming, abogado del grupo, afirma que el experimento los dejó atrapados entre identidades, «sin pertenecer ni a Groenlandia ni a Dinamarca» (Murray, 2022).

Ante un creciente escrutinio público, el gobierno danés emitió finalmente una disculpa formal y ofreció una compensación económica de 250.000 coronas danesas (aproximadamente 38.000 dólares) a cada sobreviviente, reconociendo explícitamente el carácter «inhumano, injusto y cruel» de esta política (Murray, 2022).

Asimismo, surgieron nuevos desafíos legales contra las prácticas discriminatorias de Dinamarca en el ámbito del bienestar infantil, en particular las evaluaciones de competencia parental (FKU), consideradas culturalmente sesgadas. Tras las protestas que generó el caso de Keira Alexandra Kronvold en 2024, Dinamarca suspendió dichas pruebas en enero de 2025 y se comprometió a revisar casos anteriores de separaciones injustas, lo que supone otro avance significativo hacia la justicia para las familias groenlandesas (Bryant, 2025).

Sin embargo, la búsqueda de justicia continúa. La llamada «Campaña del espiral», que supuso la implantación forzada de dispositivos intrauterinos (DIU) en mujeres inuit, sigue bajo investigación. Si bien las victorias legales y las reformas políticas ofrecen una cierta reparación, no pueden borrar las décadas de dolor y trauma emocional que han sufrido las familias inuit. La verdadera sanación requiere mucho más que una indemnización: exige un sincero reconocimiento del pasado y el compromiso firme de construir un futuro equitativo donde las voces indígenas lideren el camino.

Hacia la justicia, la sanación y la dignidad indígena

El legado de las políticas coloniales de asimilación impuestas por Dinamarca sigue afectando profundamente a las comunidades inuit, especialmente a través de la discriminación permanente en la educación, el sistema de acogida y el acceso a la salud mental. Como ha subrayado el Relator Especial de la ONU, José Francisco Calí Tzay, la reconciliación significativa va más allá de los gestos simbólicos: debe incluir reformas estructurales, estrategias de bienestar infantil lideradas por pueblos indígenas y acceso garantizado a servicios de educación y de salud mental culturalmente pertinentes.

Expertos y organizaciones como el Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (IWGIA) insisten en la necesidad de aplicar plenamente los estándares internacionales de derechos humanos, incluyendo el Convenio 169 de la OIT (OIT, s.f.) y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (ONU, s.f.). Esto implica garantizar el acceso a la educación en lenguas inuit, el acceso a servicios de salud mental apropiados y políticas públicas participativas donde las comunidades indígenas sean protagonistas.

Humanium se solidariza con los niños y las familias inuit que han sufrido injusticias históricas y que aún hoy enfrentan marginación. Creemos en el derecho fundamental de todo niño indígena a crecer rodeado de su lengua, su cultura y su familia.

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Escrito por Lidija Misic

Traducido por Rocío Piña

Revisado por Esperanza Escalona

Referencias bibliográficas:

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Calí Tzay José Francisco (2023), Report of the Special Rapporteur on the rights of Indigenous Peoples on his visit to Denmark and Greenland. Retrieved from The University of Arizona at https://un.arizona.edu/search-database/report-special-rapporteur-rights-indigenous-peoples-his-visit-denmark-and-greenland, accessed on May 10, 2025.

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John Tara (2022), How a failed social experiment in Denmark separated Inuit children from their families. Retrieved from CNN at https://edition.cnn.com/interactive/2022/01/world/greenland-denmark-social-experiment-cmd-idnty-intl-cnnphotos, accessed on May 4, 2025.

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