La violencia en el hogar y sus consecuencias en los niños

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Con el confinamiento de millones de familias, muchos niños y niñas permanecieron atrapados en sus casas con personas violentas sin tener la posibilidad de pedir ayuda. Bajo el angustioso clima de la pandemia, hasta algunos progenitores pacíficos se volvieron violentos. No obstante, nunca debería ocurrir ningún acto de violencia verbal o física contra un niño, bajo ninguna circunstancia. Estos pueden provocar efectos negativos tanto a corto como a largo plazo.

Un clima que favorecía la violencia contra los niños en el hogar

#EntendonsLeurCris («escuchemos sus gritos») es un hashtag que surgió de una campaña lanzada por UNICEF Francia y NoutesToutes, un colectivo francés, para alertar sobre la violencia contra la infancia durante el periodo de confinamiento debido a la pandemia de COVID-19. Con las diferentes medidas de confinamiento, la tasa de violencia doméstica aumentó en el mundo entero.

Para muchos niños, permanecer en casa durante días enteros suponía estar encerrados y vigilados todo el tiempo por sus padres. Para algunos de ellos, que ya eran víctimas frecuentes de la violencia ejercida por algún miembro de su familia, pedir ayuda se volvió más difícil aún, ya que no podían hablar con otros adultos o ni siquiera llamar por teléfono con libertad.

Sin embargo, además de los casos recurrentes, el contexto de la pandemia aumentó la tasa de violencia, como temían las organizaciones de protección a la infancia. De hecho, el miedo, la ansiedad debido a la pérdida de empleo o de una fuente de ingresos y la imposibilidad de hacer una pausa y tomarse un tiempo para uno mismo fueron algunos ejemplos de factores que favorecieron el uso de la violencia contra niños, tanto en el caso de progenitores violentos como no violentos.

La violencia en todas sus formas

¿Pero qué es la violencia? Puede tratarse de un gesto aislado o de varios que crean un ciclo de maltrato. Puede suceder a cualquier edad. Existen varios tipos de violencia, pero en este caso nos centramos principalmente en la violencia interpersonal física y moral que puede ocurrir en cualquier hogar. Puede tratarse de castigos corporales, así como denigraciones, críticas incesantes… El acoso y la violencia entre jóvenes, por ejemplo, quedan excluidos, ya que proceden de una persona o un grupo de fuera de casa.

Durante mucho tiempo, la violencia era una forma aceptada de educar a los niños. Además de los casos recurrentes de progenitores violentos, existe una violencia más discreta e insidiosa, en la que no siempre se piensa: la violencia psicológica y mental. Denigrar a un hijo, humillarlo, discutir con él y elevar la voz en vez de explicarle por qué su comportamiento no es socialmente aceptable… Todos estos comportamientos provocan un efecto negativo.

Cuando nos ponemos al nivel del niño, que no tiene la misma percepción del entorno y el mismo dominio de sí mismo que un adulto, estas son reacciones extremas. Y aun así, a pesar de que algunas iniciativas han sido beneficiosas para eliminar y prevenir la violencia contra los niños, estas prácticas continúan, como muestran las noticias publicadas en la página web de UNICEF sobre el tema.

La violencia es multifactorial. Según el modelo ecológico (es decir, tomando todos los niveles de influencia: el nivel individual, relacional, comunitario y social), existen varios factores de riesgo que pueden afectar a todos los hogares. Un adulto expuesto a la violencia de niño tenderá a reproducir este patrón. Los hogares más pobres son los más afectados por la violencia, especialmente los situados en barrios sensibles y más expuestos a la violencia y con factores agravantes como el alcohol y otras drogas.

Pero, más allá de la situación de las familias y de la comunidad, la sociedad también puede favorecer normas sociales que normalicen la violencia. Es más, las políticas públicas, si no reducen las desigualdades económicas, sociales y de género, tampoco ayudan a prevenir las situaciones de violencia en los hogares de mayor riesgo.

Efectos inmediatos y repercusiones a largo plazo

Así que hay que prohibir la violencia física y psicológica. ¿Pero por qué? ¿Por qué dar unos azotes no es la solución? ¿Por qué gritar a un hijo, a cualquier edad, no es lo indicado? El cerebro de un niño no reacciona de la misma forma que el de un adulto. Está en pleno desarrollo. Se ha demostrado científicamente que la violencia genera una fuerte dosis de cortisol, la hormona del estrés. Esto tiene un impacto negativo en el desarrollo del cerebro. En el momento que sufra violencia, el niño va a tener que gestionar varias emociones: estrés, vergüenza, tristeza… Y también hay que contar con las heridas que pueda tener debido a la violencia física.

Y aunque un acto de abuso infantil aislado solo tenga un pequeño efecto a largo plazo, puede sentar precedente. Cuanta más violencia sufra un niño o niña, más de estas hormonas va a producir. En una cantidad demasiado elevada, son nefastas para su desarrollo, lo que repercutirá en su vida adulta. Además, se ha demostrado que un niño que es testigo de violencia entre otros miembros de su familia experimentará las mismas repercusiones en su desarrollo y salud que si él mismo fuese la víctima.

La necesidad de cambiar las costumbres

Los efectos a largo plazo de la exposición a la violencia dependen tanto de su duración y su intensidad como de la edad de la víctima. Pero, en cualquier caso, no se deben minimizar. Plantearnos preguntas sobre nuestra forma de educar a nuestros hijos es la mejor manera de progresar y evitar situaciones nefastas para ellos. Puesto que la violencia es multifactorial, merece una reacción de este mismo tipo.

En este sentido, es muy interesante la iniciativa INSPIRE de la OMS, que propone utilizar todos los estratos sociales para limitar la violencia. Este programa de siete estrategias se apoya en la Convención sobre los Derechos del Niño y propone varias iniciativas para aplicarlas mejor, con medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas.

Por ejemplo, el programa propone formar a los padres en cuestiones de disciplina positiva y no violencia, así como sobre la importancia de la comunicación. Asimismo, hace hincapié en fortalecer los mecanismos de protección de la infancia a nivel comunitario. De este modo, se tienen en cuenta todos los sectores y niveles ecológicos de la sociedad para eliminar la violencia contra la infancia.

Desde 2014, Humanium está trabajando en Ruanda junto a progenitores y líderes locales para sensibilizar a la población sobre los derechos del niño y sobre la importancia de sus papeles como adultos para hacerlos respetar, y para alertarles sobre los peligros de la violencia. Humanium, que está profundamente involucrado en la protección de los niños, también organiza talleres gratuitos en línea destinados a profesionales de la infancia de todo tipo y procedencia. Si te gustaría participar en uno de estos talleres, no dudes en ponerte en contacto con josie.thum@humanium.org. ¡Te damos la bienvenida!

Escrito por Juliette Bail

Traducido por Laura Ibarrola

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