El siguiente relato se puede considerar un artículo de opinión. Se basa en mis experiencias personales mientras era voluntario en una escuela humanista en Kasese, en la parte occidental de Uganda en septiembre de 2019. Si bien aspiro a ceñirme a los hechos, mi sesgo personal con toda seguridad y quizás de manera inevitable, distorsionan algunos aspectos de mi percepción de la realidad.
Las Boda bodas son las motocicletas que funcionan como taxis y que la mayoría de ugandeses utilizan para desplazarse. En un país de 43 millones de habitantes, donde el 21% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza[1], tener un medio de transporte público eficiente y a la vez asequible ayuda a que la economía siga funcionando. No es de extrañar que las ciudades de Uganda estén “infestadas” de boda bodas y que estos taxis, ligeros y manejables sean habituales incluso en los rincones más remotos del país.
Los conductores de boda bodas son personas trabajadoras, que se esfuerzan mucho. Pasan horas interminables esperando bajo el sol ecuatorial en esquinas y rotondas a sus próximos pasajeros. Pueden llevar hasta a tres pasajeros simultáneamente si tienen suerte – esto se traduce en una mayor cantidad de efectivo. Si no hay suerte, se pueden pasar horas esperando en vano – la competencia entre ellos, hoy en día, es feroz. Los conductores suelen tener entre 25 y 45 años, ya que la compra de su motocicleta standard de $1000 está fuera del alcance de la mayoría de jóvenes ugandeses.
Era a finales de septiembre de 2019. Y yo ya llevaba un par de semanas como voluntario en la Kasese Humanist School y estaba acostumbrado a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa en boda boda. Tenía un conductor habitual recomendado por la escuela. Por las mañanas me esperaba a la puerta del lugar donde yo me hospedaba y me llevaba a la escuela. Por las tardes, me recogía en la escuela y me llevaba de vuelta a mi lugar de residencia.
Pero una tarde no apareció a la hora a cordada. Entonces decidí parar a otra boda boda para que me llevara a la ciudad. Cuando doblé la esquina, vi a un adolescente muy flaco sentado en su moto, esperando a que un potencial pasajero apareciera. Antes de que me diera tiempo de acercarme a él, puso en marcha la moto, le dio la vuelta, salió disparado y pegó un frenazo justo delante de mí. Durante el trayecto, él inició la conversación y, al final, acabé buscándole en otras ocasiones en que yo volvía a la ciudad, para que el pudiera ganar más dinero.
Isaac, mi nuevo conductor de boda boda, tenía 16 años, los ojos enrojecidos, estaba visiblemente exhausto, malnutrido y desesperado. No era el propietario de la moto que conducía, trabajaba para un hombre que prestaba motos a chavales y recogía sus beneficios. Isaac solo recibía una parte del dinero que ganaba. Y conducir una boda boda no es un negocio tan lucrativo en una época en que el precio de los carburantes y la inflación van en aumento en Uganda. Solo puedo imaginarme con qué poco dinero debe haber vivido Isaac. Solo pagándole el doble de la tarifa podía asegurarme de que pudiera quedarse con, por lo menos, la mitad de los ingresos.
Isaac era huérfano. (Durante mi estancia en Kasese conocí a muchos niños y niñas que se habían quedado huérfanos por culpa del SIDA, y varios de ellos eran también portadores del virus. Me pregunto si el VIH era también el origen de la tragedia de Isaac). Su hermana menor había sido suficientemente afortunada como para tener comida y cobijo en el orfanato gestionado por la escuela en la que yo era voluntario. Isaac había abandonado la escuela. Según él, había sido un irresponsable cuando era “Más joven”. Ahora hubiera sido feliz volviendo a la escuela, pero era demasiado tarde, concluyó convencido. En vez de eso, estaba trabajando para un empleador que, sospecho, le pagaba lo mínimo para mantenerlo con vida.
Yo pronto me marcharía a Europa. Había conseguido convencer a Isaac de que no era demasiado tarde para volver a la escuela. Nunca lo es. Yo tengo 37 años y nunca he dejado “la escuela”. Sigo estudiando año tras año. Él solo tiene 16. Le concerté una entrevista con el secretario de la escuela, que me aseguró que encontrarían una solución para él si realmente quiere estudiar. Ahora era Isaac quien debía hacer un gesto. Espero sinceramente que ahora se siente en los bancos de la escuela.
Los derechos de la infancia son derechos humanos. La división aparente entre ambos induce a error. En nuestras sociedades, tendemos a tratar a los niños y niñas como “menos humanos”, diferentes a los adultos. Tratar a los niños y niñas, de cualquier otra manera a la que tratamos a los adultos, aunque sea mínimamente, es una violación de sus derechos humanos. Con 16 años, Isaac tiene derecho a trabajar y ser un empleado. Tiene derecho a un trabajo y a un empleo justo, que respeten sus otros derechos humanos, como su derecho a unos estándares adecuados de salud y bienestar físico y mental o su derecho a la educación.
Tengo serias dudas de que las condiciones de su trabajo estuvieran en sintonía con estos derechos, o con el resto de los derechos humanos de Isaac, de hecho. Su ocupación recordaba bastante a la esclavitud moderna y la falta de un programa de bienestar social eficiente en Uganda funciona como un propiciador en esta ecuación. El estado ugandés, como tal estado, tiene la responsabilidad de proteger a su infancia. La protección de los niños y niñas es responsabilidad de todos los adultos, incluyendo el empleador de Isaac y sus potenciales profesores.
Además, aquellas personas próximas a él, también son responsables de apoyarle en su viaje hacia la edad adulta, animándole a él (y a cualquier otro niño o niña) a liberar sus talentos, creatividad y capacidades únicas en su propio beneficio, y en beneficio de toda la sociedad.
Hay muchos “Isaacs” en el mundo. Los podemos encontrar tanto en el Sur global como en el Norte global. Probablemente usted conozca a uno o quizás usted mismo lo sea. Recuerde que la vida de las personas es definida, sobre todo, por las decisiones que esas personas toman, y estas decisiones son a menudo fundamentadas por las influencias a las que están sujetos. Si usted conoce a un Isaac, asegúrese de ser una buena influencia para él. Si usted mismo es un Isaac, no se rinda. Nunca es demasiado tarde. Busque la compañía de las personas adecuadas y aspire a tomar las mejores decisiones posibles.
En Humanium aspiramos a estar al lado de los que han padecido la violación de sus derechos humanos (de la infancia) o han presenciado una violación de los derechos de la infancia. Le animamos a contactor con nosotros a través de nuestra helpline.
Esrito por Matyas Baan
Traducido por Esperanza Escalona